Atención, este artículo contiene «spoilers» de Mass Effect 3, por lo que te desaconsejo su lectura hasta que lo finalices. No obstante, podéis leer tranquilamente la primera parte del texto, avisaré justo antes de destripar la última entrega de la saga.
Ya he acabado Mass Effect 3, con más de 40 horas de juego a las espaldas, he finalizado la epopeya espacial del Comandante Shepard, aquel que dio su vida para salvar a la galaxia. Tras un rato de reflexión, y como no, de tristeza, por fin puedo ponerme a redactar estas líneas. Y lo hago con un intenso dolor en el pecho, porque, aunque suene a tópico, esto va a ser difícil de olvidar.
He escogido la imagen de cabecera que podéis ver ilustrando este artículo porque es la única manera de hacerlo. No puedes coger la foto más chula que veas de Shepard, o de Liara, o de Garrus, o de… porque cada uno tiene su escuadra, cada uno tiene su tripulación, y todos tenemos nuestros acompañantes favoritos.
Las industrias evolucionan y cambian, pero jamás dejará de haber obras de calidad, ni en la música, ni en el cine, ni en los videojuegos. En pleno cambio, en plena transformación hacia otros modelos de negocio, BioWare ha demostrado que hay hueco para las grandes producciones, que estas siempre van a tener cabida. Y que si bien es verdad que un gran presupuesto no garantiza un buen juego, si que permite hacer trilogías como la que nos ocupa.
Todos tenemos en nuestra memoria grandes obras y grandes juegos, pero probablemente se nos vengan a la cabeza pocas trilogías tan originales, completas y bien realizadas. BioWare ha creado de la nada un universo espectacular, riquísimo en detalles, con cientos de horas de lectura entre libros, códices, etcétera. Me vais a disculpar la expresión, pero Mass Effect coge a Star Wars (o cualquier otra saga espacial, como Halo sin ir más lejos) y se lo folla por todas partes.
No sólo han creado un producto entretenido, sino que además lo han hecho adulto, dando paso a decisiones mucho más complejas de lo que en un principio podría parecer, donde nada es blanco o negro, sino que todo tiene sus matices. Una historia donde entran en juego los conflictos más básicos de hoy en día como el racismo, la homofobia o el ansia de poder, pero todo llevado a unas dimensiones nunca antes conocidas en la joven industria de los videojuegos. Y probablemente, en ninguna otra, porque los libros de «Elige tu propia aventura» palidecen ante las posibilidades que la tecnología nos brinda hoy en día.
No son pocos los jugadores que se plantean, ¿para qué una nueva generación de consolas? Pues para esto. Porque Mass Effect no hubiese sido posible en la generación anterior, y porque en la siguiente veremos (o eso espero) maravillas que no podremos ver con la actual. Como dije antes, los modelos de negocios cambian, pero esperemos que siempre haya huecos para compañías comprometidas con sus productos, porque por muchos buenos juegos que podamos disfrutar a lo largo del año, se acaban olvidando, y son las experiencias como las que nos brinda Mass Effect las que prevalecen.
Últimamente se ha puesto de moda crear libros (o un intento de ellos) de muchos videojuegos, como Halo o Gears of War. Y aunque ambas sagas me han brindado muchas alegrías, los libros son una valiente mierda. No podemos decir lo mismo del caso que nos ocupa, con tres libros que no sólo resuelven bien la papeleta, sino que además añaden multitud de información al universo ya creado. El cuarto libro, escrito por un autor diferente, lo dejaremos apartado por el momento. Tampoco podemos dejar de lado la banda sonora, épica en sus tres entregas, creando una ambientación única. A pesar del cambio de compositor en esta última, ha resuelto correctamente el trabajo.
¿A dónde quiero llegar? Pues a que sagas épicas como Mass Effect requieren una gran inversión y un gran sacrificio por parte de quien lo produce (alto coste y tiempo de desarrollo), pero es absolutamente necesario poder seguir contando con productos así, porque son los que nos permiten disfrutar al máximo de los videojuegos, e implicarnos en una historia como nunca antes lo habíamos hecho.
Aquí comienza el destripe de Mass Effect 3, te desaconsejo su lectura si no lo has superado aún.
Tras tres entregas épicas, cuyos análisis y opiniones podéis leer a lo largo y ancho de toda la red, llega el momento de cerrar la trilogía, de decidir si Shepard derrotará a los segadores o si por el contrario no podrá con ellos. El poder de decisión hasta ahora había sido vital, cambiando radicalmente el final, pero esto se ha vistro truncado cuando en la tercera entrega el final es prácticamente idéntico en todas sus versiones.
Personalmente me parece un buen final, aunque muy triste. El universo queda hecho unos zorros, se destruye toda la tecnología segadora y se acaba el intercambio entre especies. Nuestra tripulación acaba toda junta (por lo menos algo positivo) en una isla tropical gracias a la pericia de Jeff (Joker) y las razas vuelven a quedar su merced (o lo que queda de ellas).
Posteriormente, tras los créditos, vemos con un niño pequeño pregunta a su padre o abuelo, un astrónomo, que si eso ocurrió de verdad, y que si él podrá ir algún día a las estrellas. Esta es la parte que menos me ha gustado, ¿cómo es posible? Una cosa es que se hayan perdido los relés de masa y otra muy diferente es que de repente nadie sepa construir una nave espacial. Este final me ha dejado buen sabor de boca, pero una sensación de tristeza y pesadumbre.
No cabe duda de que es un cierre total a cualquier posible continuidad (más allá de «spin offs» que puedan realizarse), pero desde luego no es lo que yo hubiese optado. ¿Queréis saber cual hubiese sido mi final? El siguiente.
Para empezar, los proteanos (sobre todo la IA proteana, con grandes conocimientos) nos hubiesen explicado como construir los relés de masa. Si se han podido fabricar otros artefactos, también podemos con estos. Con estos conocimientos adquiridos, no habría miedo a destruir absolutamente toda la tecnología segadora (salvo la ciudadela, que no se vería afectada ya que la orden de destrucción salía de ella misma), y todos los supervivientes se hubiesen puesto manos a la obra para reconstruir los relés de masa de nuevo.
Una vez terminadas las tareas de reconstrucción, la comunidad intergaláctica crearía vínculos más fuertes que nunca y un consejo formado por todas las especies, y buscando siempre el bien común. Al menos, durante un tiempo, no habría ningún conflicto. Luego habría dos posibles opciones, y es que los miembros de la tripulación (Garrus, Liara…) podrían irse a sus planetas a ocupar altas posiciones (esto me parecería triste y nostálgico) o podrían permanecer unidos en la Normandia garantizando la paz, como una fuerza de élite al igual que antes estaban los espectros.
¿Y Shepard? Pues como no, dos opciones, vivir o morir (y personalmente me gustaría su superviviencia), pero esto es lo de menos. Porque Mass Effect no trata de Shepard, sino de como un hombre consiguió unir a todas las razas frente al enemigo común, y pase lo que pase, será siempre considerado un héroe y un símbolo de unión entre las diferentes especies del consejo.
Es habitual que veamos una película y deseamos que acabe mal, que mueran todos y que el malo se salga con la suya, pero cuando nos ponemos en la piel del protagonista, deseo que el final pueda ser todo lo mejor para él, un «happy ending» en toda regla.
Creo que ya me estoy alargando más de la cuenta, y creo que he expresado todo lo que necesitaba contar sobre Mass Effect, una saga que merece la pena ser jugada, y que probablemente, cuando lo volvamos a hacer dentro de unos años recordando viejos tiempos, volveremos a disfrutarla enormemente. Sólo puedo dar las gracias a todos los responsables de esta epopeya espacial por hacerme pasar más de cien horas entretenido recorriendo un universo que no sabemos si existirá, que probablemente nunca veamos en vida, pero que gracias a ellos hemos podido recorrer con un nuevo apellido, Shepard. Gracias Bioware.